Ernesto...
Ernesto, tuvieron que pasar más de 10 años para encontrarnos, más de 10 años hace que leí la Economía del Tahuantinsuyu y el Salmo 21 en una banquita del liceo.
Te leí porque me dijeron que eras un sacerdote loco que podría morir como Monseñor Arnulfo Romero, y no quise perder la oportunidad de saber de esa historia que nadie cuenta, que pocos libros comentan y que la Twenty Century Fox (tú y yo sabemos a quien nos referimos) la ocultan con maratónicas superproducciones hollywodienses.... no quería perder la oportunidad de saber de Centroamérica, como la había perdido antes por nacer a destiempo, muchos años tarde.
Y te esperé desde entonces Ernesto.
Coincidí con tus epigramas para Claudia en la Universidad, y te descubrí hombre, el hombre que renunció a serlo en un Monasterio Trapense, y vi que en tus epigramas se repetía una constante, la renuncia. Te reflejaste en mí, renunciamos a muchas cosas, a muchas personas... pero tú en 80 años has renunciado a más... y seguro has ganado el doble. Mi camino apenas comienza.
Y te encontré anoche Ernesto...te vi con tus sandalias negras haciendo juego con tu boina, de blanco implacable, con tu rostro lleno de años, tu voz fuerte quebrándose cuando hablabas de las razones extraliterarias que te hacen pisar Venezuela, y te aplaudí a rabiar por tu sinceridad, por tu entrega y por tu renuncia.
Coincidieron con nosotros Marilyn Monroe teléfono en mano, la rueda de los Katunes, tu monaguillo el subcomandante Laureano, Claudia, tu musa, la primigenia América que te sembró Tomás Merton en tus años de estudiante y todos mis años de espera...
Fue bueno conocerte Ernesto, y escucharte decir a tus ochenta años:
Yo quisiera morir como vos hermano Laureano
y mandar a decir desde lo que llamamos cielo
«Rejodidos hermanos míos de Solentiname, me valió verga la muerte».
y razón tienes... porque ni ella podrá contigo.
Te leí porque me dijeron que eras un sacerdote loco que podría morir como Monseñor Arnulfo Romero, y no quise perder la oportunidad de saber de esa historia que nadie cuenta, que pocos libros comentan y que la Twenty Century Fox (tú y yo sabemos a quien nos referimos) la ocultan con maratónicas superproducciones hollywodienses.... no quería perder la oportunidad de saber de Centroamérica, como la había perdido antes por nacer a destiempo, muchos años tarde.
Y te esperé desde entonces Ernesto.
Coincidí con tus epigramas para Claudia en la Universidad, y te descubrí hombre, el hombre que renunció a serlo en un Monasterio Trapense, y vi que en tus epigramas se repetía una constante, la renuncia. Te reflejaste en mí, renunciamos a muchas cosas, a muchas personas... pero tú en 80 años has renunciado a más... y seguro has ganado el doble. Mi camino apenas comienza.
Y te encontré anoche Ernesto...te vi con tus sandalias negras haciendo juego con tu boina, de blanco implacable, con tu rostro lleno de años, tu voz fuerte quebrándose cuando hablabas de las razones extraliterarias que te hacen pisar Venezuela, y te aplaudí a rabiar por tu sinceridad, por tu entrega y por tu renuncia.
Coincidieron con nosotros Marilyn Monroe teléfono en mano, la rueda de los Katunes, tu monaguillo el subcomandante Laureano, Claudia, tu musa, la primigenia América que te sembró Tomás Merton en tus años de estudiante y todos mis años de espera...
Fue bueno conocerte Ernesto, y escucharte decir a tus ochenta años:
Yo quisiera morir como vos hermano Laureano
y mandar a decir desde lo que llamamos cielo
«Rejodidos hermanos míos de Solentiname, me valió verga la muerte».
y razón tienes... porque ni ella podrá contigo.
8 comentarios
Anónimo -
Inita -
Uy Chiri, hubieras saludado!
Enano -
chirimeno -
Y tampoco en ese momento te dije que no pude cumplir mi promesa porque fui victima de la delincuencia
migueluye -
Piru -
Inita -
;P
Daniel -
Leí tu comentario en unos de mis Post, dónde preguntabas que si era yo Daniel Cáceres.. Y sí, lo soy. Pero, discúlpame, refrécame que Ingrid eres tu? Conozco 3 y no se cuál eres. Saludos!